A propósito del artículo “Masonería y Teosofía ¿moda o necesidad?” de Víctor Guerra publicado en el blog Masonería siglo XXI, donde crítica el número 32 de la revista Cultura
Masónica “La Sabiduría Divina. Encuentros de masonería y teosofía”.
El autor, sin duda, uno de los
estudiosos de la Masonería mejor documentados de nuestro país, considerado por
algunos como un “destroyer” masónico,
hace un tremendo esfuerzo por colocarse en una “masonería real” supuestamente
apoyada en los Antiguos Deberes, en
las Constituciones y otros documentos
clásicos, que le permite distinguirla de otras masonerías “míticas”. Tal
absurdo esfuerzo nos recuerda a la pretendida regularidad de unos masones
frente a otros, basada en ciertas opciones y credos, que lo único que pretende es ocultar que
el suyo solo es un punto de vista más, dentro del amplio universo masónico donde ha
cabido y cabe un amplio arco que va desde los místicos más recalcitrantes a los
más juiciosos racionalistas.
La Masonería, en mi humilde opinión, es un fenómeno tan
variopinto y diverso que es imposible de delimitar y acotar. Prácticamente
todas las Masonerías, creo que el plural le conviene más, siempre han comerciado con
otro fenómeno tan variopinto y diverso como es el Esoterismo. Querer obviar
este hecho es tan desesperado como el vano intento de ocultar el pasado teosófico y
masónico del Dr. Rudolf Steiner, para resaltar parte de su obra y
pretender que tiene un posible encaje en el campo académico de la Antropología
Filosófica, tal como escuché con sorpresa en la facultad de Filosofía.
¡Las cosas son tal como son! Y, guste o no, es evidente que la Masonería tiene su filiación en el movimiento esotérico y
místico (que
comparte raíz con la palabra misterio del gr. μυστήριον mystḗrion) de Occidente, donde ciertas herramientas y
elementos propios de un oficio se interpretan simbólicamente como instrumentos
para la instrucción y perfeccionamiento moral e intelectual del espíritu humano. Y no olvidemos que la instrucción y los rituales tienen su fundamento en concepciones del siglo XVIII y principios del XIX, donde la moderna ciencia estaba en pañales en lo que, por ejemplo, a la química se refiere.
No nos sorprende, por otra parte, que el autor del artículo caiga en la
fácil referencia a las obras El Teosofismo de René Guenón y El
Mandril de Madame Blavatsky de Peter Washington. La primera, una biliosa y
parcial crítica de un autor obsesionado por negar la validez de las doctrinas
hindúes y budistas sobre el karma y la reencarnación. Y la segunda, un
documentado estudio periodístico que se recrea en las anécdotas de la vida de
personajes como Madame Blavatsky, una aventurera en una época en que la mujer
era propiedad de su marido, y que tuvo la tremenda osadía de enfrentarse nada
menos que al frío realismo científico y el dogmatismo religioso.
Trascendiendo lo anecdótico y
los controvertidos aspectos personales del personaje, lo cierto es que la obra
de Blavatsky tuvo una indiscutible influencia durante los últimos años del
siglo XIX y principios del XX, y dejó su profunda huella en nuestra cultura y
tradición espiritual, y, por supuesto, también en la Masonería. Hoy es difícil
encontrar una obra masónica que se sustraiga de las doctrinas y conceptos
teosóficos en el análisis del símbolo. A la vez que abrió de par en par las
puertas de Occidente a corrientes orientales que hoy gozan de una fuerte implantación
y contaminan toda nuestra cultura, como es el yoga y el budismo, que muchas veces aparecen teñidas de teosofismo.
Y tal vez, lo paradójico de
todo esto sea que desde un movimiento claramente influenciado por la Masonería,
como era la Sociedad Teosófica en sus inicios, se pueda encontrar el inicio de
un proceso de implantación de estas formas culturales en nuestro mundo. Pues
más allá de la ridícula pretensión de pureza, la cultura humana se construye
así, por el contacto entre personas procedentes de mundos distintos. Y el valor
de un principio como la Fraternidad Universal sea precisamente ese, la
capacidad de crear fenómenos culturales nuevos, que superen las resistencias de
los puristas y de los conservadores.
Personalmente considero, en cierto sentido con el autor, que los comentaristas teósofos pecan de un cierto dogmatismo a la hora de exponer las doctrinas teosóficas, presentándolas como una verdad en términos absolutos. Mi punto de vista está en las antípodas de esto, entiendo la obra de Blavatsky como un intento muy legítimo de explicar el origen del mundo y de la humanidad, en una época donde se ha cedido tal honor únicamente a la ciencia. Sin embargo, una cosa es la obra e influencia de Madame Blavatsky y otra bien distinta los teósofos, totalmente otro cantar.
Personalmente considero, en cierto sentido con el autor, que los comentaristas teósofos pecan de un cierto dogmatismo a la hora de exponer las doctrinas teosóficas, presentándolas como una verdad en términos absolutos. Mi punto de vista está en las antípodas de esto, entiendo la obra de Blavatsky como un intento muy legítimo de explicar el origen del mundo y de la humanidad, en una época donde se ha cedido tal honor únicamente a la ciencia. Sin embargo, una cosa es la obra e influencia de Madame Blavatsky y otra bien distinta los teósofos, totalmente otro cantar.