Un grupo de personas es capaz de generar un patrón de energía determinado, eso permite que todos los participantes entren en contacto con ella y que ésta despierte su equivalente psíquico, de manera que el grupo la pueda activara conciencia. Estas energías que responden a un patrón psicológico, como puede ser la "energía del corazón", se la llame como se la llame (rosa del corazón, ser interior, yo soy, bodichita, compasión, devoción, bhakti yoga, etc.), en realidad, permanecen latentes en todo ser humano y el contacto con el grupo permite despertarla o activarla. De la misma manera a como se contagia el entusiasmo en un partido de fútbol, cuando una persona se pone a gritar y muchas otras le acompañan. Esta es un gran fuerza del grupo. Pero hay más, o debería haber más. Ese patrón energético debería convertirse en un arquetipo. ¿A qué me refiero aquí utilizando la palabra "arquetipo"? A una cierta forma o figura que represente dicho patrón. Como por ejemplo una estatua de un Buda, realizada según determinados cánones. Ahora bien, generar una cierta energía no es difícil, al menos las más básicas son fáciles de generar porque constantemente estamos echando mano de ellas, fácilmente nos enfadamos, liberamos tensiones, envidiamos a otros, nos sentimos desgraciados, o como en las crisis donde todo el mundo está asustado y se producen unos comportamientos colectivos que repercuten en la economía de todo un país. El miedo es una energía psíquica muy básica y muy fácil de congregar. Más difícil es encontrar un grupo con ideales elevados que permita despertar energías elevadas, que respondan a ideales como la generosidad, la bondad, la pureza o la compasión, etc., aunque haberlos haylos, en el anterior post hablé de algunos.
Pero una vez el grupo es capaz de despertar un determinado patrón de energía psíquica, el siguiente paso debería ser crear un arquetipo, una figura que la represente y encarne, y que se pueda convertir en el referente espiritual del grupo. Al menos así se ha hecho siempre. Toda religión iniciática o sociedad mística que utilizaba iniciaciones tenía un arquetipo de esta naturaleza. La Francmasonería tenía a Hiram Abiff, es el modelo del Maestro Masón; la Rosacruz a Cristián Rosacruz modelo del Místico Cristiano y Alquimista; el Crisianismo en sus orígenes a Jesucristo; en Oriente el budismo a Buda, y en las distintas sectas hindúes a todos los dioses, como en otro tiempo sucedía en Occidente.
El gran problema de hoy es que ni se trabaja con patrones ni los arquetipos sirven a estos fines. Un arquetipo para que lo fuera, no podía representar nunca a una persona concreta, es decir, no debía estar demasiado humanizado, sino que su creación respondía a estrictas reglas y cánones de ejecución. Las medidas de este arquetipo no podían ser cualquier cosa, sino que debían responder a determinados Números y Figuras que resonaran con el patrón energético que se quería representar. El grupo debe tener un arquetipo, un referente espiritual que encarne el patrón energético, pero que no puede ser cualquier cosa. Toda energía en el Universo se expresa según el Número, la Figura y el Sonido. Por eso, cada arquetipo tiene un mantra y una imagen que lo representa, no con la intención de personalizarlo, ni tampoco para generar con ella una fe ciega, sino para que el grupo resuene energéticamente viéndolo o repitiendo el nombre del devata. Y además, el Templo debe responder a las precisas medidas de desarrollo de ese patrón energético, de manera que todo en el Templo remita a la Figura central de la Divinidad, que no es otra cosa que una determinada concreción viva de fuerza psíquica, que busca despertar a quien se introduce en el Templo esa energía. Pero es más, si esa Figura Divina cobra fuerza y vida, será capaz de penetrar en nuestros sueños y venirnos a buscar tras la muerte y liberarnos, para acompañarnos a aquel espacio energético en el más allá donde la Figura Divina se despliega, que no es otra cosa que el espacio inmaterial donde esa figura se ha creado. Para dar intensidad a la relación con la Divinidad los nuevos integrantes del grupo son "iniciados" reciben el permiso para entrar en el Templo, ver la Figura Divina y aprenden su nombre, el mantra y las fórmulas mágicas que permiten el contacto directo con esta Divinidad.
Una vez se ha purificado intensamente el Templo, se ha depurado la Figura para que pueda conectar con una energía muy elevada, habrá un grupo de personas, dentro del grupo o religión, que se consagre al servicio del Devata, y adopten el compromiso de mantener una práctica constante, bien repitiendo el nombre, bien repitiendo los rituales diarios de servicio a la Divinidad, hasta que terminen por identificarse con la Divinidad, entonces aquellas personas recibirán el Nombre del Dios, o un Nombre relacionado con aquella Fuerza o Energía sublime.
Esto es lo que intentaron hacer los maestros rosacruces del siglo XX, pero se perdieron por el camino, les faltó la capacidad de concretar una fuerza, en algún caso, de disciplinar una práctica, en otro, o de generar un arquetipo referencial, para que los iniciados pudieran convertirse en verdaderos rosacruces. El miedo de estos últimos fue crear una figura humana que encarnara el arquetipo con un aspecto demasiado personal, pues se quedaron en la etapa de formación del grupo capaz de liberar fuerzas de forma impersonal. ¡En fin, al final todos quedamos atrapados por nuestro propio discurso!
Pero una vez el grupo es capaz de despertar un determinado patrón de energía psíquica, el siguiente paso debería ser crear un arquetipo, una figura que la represente y encarne, y que se pueda convertir en el referente espiritual del grupo. Al menos así se ha hecho siempre. Toda religión iniciática o sociedad mística que utilizaba iniciaciones tenía un arquetipo de esta naturaleza. La Francmasonería tenía a Hiram Abiff, es el modelo del Maestro Masón; la Rosacruz a Cristián Rosacruz modelo del Místico Cristiano y Alquimista; el Crisianismo en sus orígenes a Jesucristo; en Oriente el budismo a Buda, y en las distintas sectas hindúes a todos los dioses, como en otro tiempo sucedía en Occidente.
El gran problema de hoy es que ni se trabaja con patrones ni los arquetipos sirven a estos fines. Un arquetipo para que lo fuera, no podía representar nunca a una persona concreta, es decir, no debía estar demasiado humanizado, sino que su creación respondía a estrictas reglas y cánones de ejecución. Las medidas de este arquetipo no podían ser cualquier cosa, sino que debían responder a determinados Números y Figuras que resonaran con el patrón energético que se quería representar. El grupo debe tener un arquetipo, un referente espiritual que encarne el patrón energético, pero que no puede ser cualquier cosa. Toda energía en el Universo se expresa según el Número, la Figura y el Sonido. Por eso, cada arquetipo tiene un mantra y una imagen que lo representa, no con la intención de personalizarlo, ni tampoco para generar con ella una fe ciega, sino para que el grupo resuene energéticamente viéndolo o repitiendo el nombre del devata. Y además, el Templo debe responder a las precisas medidas de desarrollo de ese patrón energético, de manera que todo en el Templo remita a la Figura central de la Divinidad, que no es otra cosa que una determinada concreción viva de fuerza psíquica, que busca despertar a quien se introduce en el Templo esa energía. Pero es más, si esa Figura Divina cobra fuerza y vida, será capaz de penetrar en nuestros sueños y venirnos a buscar tras la muerte y liberarnos, para acompañarnos a aquel espacio energético en el más allá donde la Figura Divina se despliega, que no es otra cosa que el espacio inmaterial donde esa figura se ha creado. Para dar intensidad a la relación con la Divinidad los nuevos integrantes del grupo son "iniciados" reciben el permiso para entrar en el Templo, ver la Figura Divina y aprenden su nombre, el mantra y las fórmulas mágicas que permiten el contacto directo con esta Divinidad.
Una vez se ha purificado intensamente el Templo, se ha depurado la Figura para que pueda conectar con una energía muy elevada, habrá un grupo de personas, dentro del grupo o religión, que se consagre al servicio del Devata, y adopten el compromiso de mantener una práctica constante, bien repitiendo el nombre, bien repitiendo los rituales diarios de servicio a la Divinidad, hasta que terminen por identificarse con la Divinidad, entonces aquellas personas recibirán el Nombre del Dios, o un Nombre relacionado con aquella Fuerza o Energía sublime.
Esto es lo que intentaron hacer los maestros rosacruces del siglo XX, pero se perdieron por el camino, les faltó la capacidad de concretar una fuerza, en algún caso, de disciplinar una práctica, en otro, o de generar un arquetipo referencial, para que los iniciados pudieran convertirse en verdaderos rosacruces. El miedo de estos últimos fue crear una figura humana que encarnara el arquetipo con un aspecto demasiado personal, pues se quedaron en la etapa de formación del grupo capaz de liberar fuerzas de forma impersonal. ¡En fin, al final todos quedamos atrapados por nuestro propio discurso!