El yo no es otra cosa que un discurso sobre yo mismo. Es un instrumento de la mente humana que necesita identificarse con algo, y como los grandes valores colectivos como la patria, la religión, la familia, etc. no despiertan un gran interés en el solitario individuo post-moderno, nos identificamos plenamente con el discurso sobre nosotros mismos. Soy pacifista, ecologista, moderno, me gusta la ropa tal, los zapatos cual, me gusta llevar reloj, comer en sitios especiales, tengo cuentas en las redes sociales, estoy al día de la actualidad política, etc, etc, etc, un largo discurso sobre mí mismo, que puedo activar en cualquier momento, que puedo pulir cuando tenga un rato, que puedo ampliar con muchas más cosas chic!! Se trata de que yo sea un tipo especial, al menos que el discurso sobre mí mismo sea especial, me guste a mi y también a los demás. Hoy construimos nosotros mismos nuestro discurso, nuestro yo, somos individuos solitarios prisioneros de nuestro discurso silencioso, nuestro yo-discurso nos atrapa y aísla.
Al ser discurso, el yo es "logos", es palabra y palabra creadora, es nuestra propia creación. En todo este conjunto de cosas que integran mi logos pueden haber algunas que, además, me hagan algo mejor: me gusta el yoga, medito, soy vegetariano, voy de vez en cuando a ayudar a gente necesitada, estoy comprometido política y socialmente, soy muy espiritual, etc. En general, soy elementos del discurso proyectivos, donde me proyecto hacia la salud física y mental y la felicidad de los demás Estas cosas forman parte de nuestro discurso pero además nos cualifican moral y espiritualmente. Si generan un buen o mal karma es lo de menos, las hago porque me hacen sentir bien, y además, depuran mi discurso sobre mí mismo.
Pero, ¿cómo puedo salir de este discurso? En principio no puedo, al menos mientras estemos en sociedad, mientras nuestra mente esté proyectada hacia afuera, es decir, mientras estemos viviendo y compartiendo el mundo y su realidad. Cosa que hacemos aproximadamente unas 16 horas al día. Las 8 horas restantes las pasamos durmiendo, y allí escapamos del discurso sobre nosotros mismos, al menos del discurso que conscientemente hemos construido, y vivimos estados subjetivos, donde las imágenes nos muestran otros aspectos de su realidad. También vivimos unos momentos de subjetividad absoluta, cuando caemos en el sueño profundo y nos replegamos al cien por cien en nosotros mismos, pero nuestra mente no está preparada para recordar estos instantes.
De hecho, nuestra mente no está preparada para vivir completamente en los estados subjetivos. No podemos permanecer 24 horas en estado de meditación, al menos la mayoría de nosotros. Buda propuso un camino medio, precisamente, para adecuar el discurso sobre nosotros mismos de forma equilibrada con los estados meditativos de plena subjetividad. Lo ideal es combinar la actividad meditativa con una vida entregada a actividades proyectivas, un poco fuera del discurso sobre nosotros mismos, ayudando a que los demás sean felices, entregados al servicio de los que nos rodean. Es, sin duda, una forma de discurso sobre nosotros mismos, pero es una forma más equilibrada de vivir el yo-discurso, en la conciencia de su irrealidad, de su naturaleza meramente discursiva.
Al ser discurso, el yo es "logos", es palabra y palabra creadora, es nuestra propia creación. En todo este conjunto de cosas que integran mi logos pueden haber algunas que, además, me hagan algo mejor: me gusta el yoga, medito, soy vegetariano, voy de vez en cuando a ayudar a gente necesitada, estoy comprometido política y socialmente, soy muy espiritual, etc. En general, soy elementos del discurso proyectivos, donde me proyecto hacia la salud física y mental y la felicidad de los demás Estas cosas forman parte de nuestro discurso pero además nos cualifican moral y espiritualmente. Si generan un buen o mal karma es lo de menos, las hago porque me hacen sentir bien, y además, depuran mi discurso sobre mí mismo.
Pero, ¿cómo puedo salir de este discurso? En principio no puedo, al menos mientras estemos en sociedad, mientras nuestra mente esté proyectada hacia afuera, es decir, mientras estemos viviendo y compartiendo el mundo y su realidad. Cosa que hacemos aproximadamente unas 16 horas al día. Las 8 horas restantes las pasamos durmiendo, y allí escapamos del discurso sobre nosotros mismos, al menos del discurso que conscientemente hemos construido, y vivimos estados subjetivos, donde las imágenes nos muestran otros aspectos de su realidad. También vivimos unos momentos de subjetividad absoluta, cuando caemos en el sueño profundo y nos replegamos al cien por cien en nosotros mismos, pero nuestra mente no está preparada para recordar estos instantes.
De hecho, nuestra mente no está preparada para vivir completamente en los estados subjetivos. No podemos permanecer 24 horas en estado de meditación, al menos la mayoría de nosotros. Buda propuso un camino medio, precisamente, para adecuar el discurso sobre nosotros mismos de forma equilibrada con los estados meditativos de plena subjetividad. Lo ideal es combinar la actividad meditativa con una vida entregada a actividades proyectivas, un poco fuera del discurso sobre nosotros mismos, ayudando a que los demás sean felices, entregados al servicio de los que nos rodean. Es, sin duda, una forma de discurso sobre nosotros mismos, pero es una forma más equilibrada de vivir el yo-discurso, en la conciencia de su irrealidad, de su naturaleza meramente discursiva.
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