Tres fueron las grandes corrientes que detentaron una Gnosis semejante: el Hermetismo egipcio, el Gnosticismo judeocristiano (compuesto por diferentes sectas de entre la que destacaba la de los Valentinianos) y los Maniquéos, seguidores del gran profeta Mani de Babilonia. El Hermetismo se difuminó en el Oriente durante la época islámica y algo de él sobrevivió en el Imperio Bizantino, más como curiosidad filosófica que como práctica mistérica; el Gnosticismo fue perseguido y ahogado por la Iglesia imperial, al igual que el Maniqueísmo en Occidente. Sin embargo, éste último pudo viajar hacia Oriente donde encontró una singular acogida en algunos lugares de la China y Tibet, llegando a confundirse con el Budismo Tántrico inspirado en el Bardo Thodol (el Libro Tibetano de los Muertos).
En el siglo VI comienza en Occidente la Edad Media con la prohibición de enseñar a los paganos y el cierre de la Academia de Atenas por el edicto de 529 del emperador Justiniano, el Neoplatonismo filosófico, última expresión del Hermetismo es silenciado y sus maestros, Damascio y Simplicio, viajan a Persia, no se sabe que les sucedió allí. Tendremos que esperar al año 1458, fecha en la que aparecen en Italia dos códices del Corpus Hermeticum, uno en la biblioteca del cardenal Bessarion y otro en la de Cosme de Medicis. Novecientos años de persecuciones para erradicar de Europa cualquier rastro de gnosticismo, movimientos carismáticos, maniqueísmo o paganismo. Por lo que las palabras mágicas de los antiguos egipcios, destinadas a abrirnos las puertas de las estancias de los muertos, desaparecieron de nuestro universo cultural, la magia quedó proscrita, solo algunos osados brujos, hechiceros o nigromantes se atrevieron a desafiar la prohibición, conservando alguna clavícula secreta y alguna fórmula mágica, sin saber muy bien qué sentido tenían.
Sin embargo, a partir del Renacimiento comienza en Europa un intento de recuperar el Neoplatonismo y el Hermetismo, que toma forma en la nueva Academia de Florencia presidida por Marsilio Ficino bajo el patrocinio de los Medicis. De allí resurgirá un nuevo impulso que materializarán personajes como Paracelso en Suiza, John Dee en Inglaterra, Giordano Bruno en Italia, o Cornelio Agrippa en Alemania, entre muchos otros. Esta nueva euforia gnóstica intenta encontrar una dirección en la Fama Fraternitatis de los Rosacruces, que pretendía agrupar en una Fraternidad a todos los sabios herméticos de Europa para intentar recuperar la Gnosis que permitiría construir la Morada del Espíritu Santo. Pero las guerras de religión y un enemigo peor, el Racionalismo cartesiano que se apodera de la ciencia, pondrá límites a la euforia y obligará a los filósofos herméticos a esconderse para seguir su búsqueda de la Gnosis, de las Palabras Perdidas, de forma clandestina.
Así vemos tomar forma a la Fraternidad de los Francmasones que relanza el interés por la búsqueda de la Palabra Perdida, a partir del año 1717, desde Inglaterra, Francia y Alemania. La Francmasonería fue el lugar donde se dieron cita los buscadores de la Gnosis y los místicos durante el Siglo de las Luces, lo que permitió desarrollar un complejo sistema de grados, que en el fondo evidenciaba una profunda desorientación. Sobre los tres grados simbólicos masónicos se superpusieron muchos otros grados que intentaban recopilar todos los intentos de recuperación de la Gnosis a lo largo de la historia de Occidente: alquimia, cábala, rosacruz, templarismo, etc., todo puede ser escenificado en las logias masónicas, el último bastión de una Gnosis, más en el recuerdo que efectiva.
A finales del siglo XIX, en el año 1875 se funda en Nueva York la Sociedad Teosófica, un nuevo impulso que rescata los últimos restos de Gnosis, gracias al viaje a Oriente de sus fundadores. HP. Blavatsky había expresado en su primera gran obra (Isis sin velo) la necesidad de reformar la Francmasonería, como único espacio donde se podía encontrar algo de aquella Gnosis perdida, que ella denominaba Teosofía. En su segunda gran obra, La Doctrina Secreta y en especial en La Voz del Silencio, demostró claramente que había encontrado el filón perdido, la Gnosis que los Maniqueos habían llevado a Oriente y que se fusionó con el Budismo Tántrico, el Budismo esotérico. La Sociedad Teosófica puso los fundamentos en Occidente para recibir a los lamas y yoguis que traían nuevos tesoros, nuevas Palabras Mágicas para guiar a la conciencia en su camino por el Bardo, las estancias mentales por las que se disuelve la personalidad tras la muerte.
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